CAMBIHENARES
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30-04-17

El concepto tradicional de “familia” está dando paso al de parejas de conveniencia. ¿Nos estamos desnaturalizando o descubriendo nuestra verdadera naturaleza?

Puede parecer ilusorio o simplemente irritante formular la posibilidad de que el ser humano, por naturaleza, no tenga un interés especial por la procreación. En realidad, la especie humana ha recurrido a la procreación más para salvaguardar la propia especie que por una verdadera necesidad de satisfacción sexual.

La violencia de género, el abandono de recién nacidos, la alta tasa de separaciones y divorcios, los ingresos individualizados… son evidencias inequívocas de que la vida compartida en pareja lejos de fomentar vínculos de unidad es fuente habitual de conflictos en cuanto surge la necesidad de abordar juntos las inesperadas dificultades que se presentan en una “unidad familiar”. 

En el pasado, cuando la especie humana dependía de la agricultura y la ganadería, es decir, de los trabajos del campo, era fundamental asegurar la descendencia (particularmente masculina) para poder sobrevivir y garantizar la continuidad del trabajo en manos de los hijos. El papel de la mujer era el de procrear hijos que mantuviesen el hogar familiar. No existía un vínculo de afecto especial por el “cabeza de familia”. Se trataba de una mera cuestión de supervivencia. 

A diferencia de los animales, para el ser humano el acto sexual tiene más que ver con el placer que con la necesidad de procreación. Y hay otras alternativas a la pareja para disfrutar del sexo donde, cuando y con quien se desee. 

Con el tiempo, la especie humana ha ido evolucionando hacia terrenos menos dependientes de una economía primaria. La mujer se fue incorporando a la educación general, al igual que sus pares masculinos, y descubrió que tenía capacidad y potencial semejante al del hombre. Con el advenimiento de la era tecnológica, la mujer ha descubierto finalmente que puede liberarse el “yugo masculino” y “volar” por su cuenta sin necesidad de la clásica supremacía del “pater familias”. 

Llegado a este punto, a la mujer le empieza a interesar más su condición social y su trabajo que el hecho de formar una familia y tener unos hijos que inhiban su propio desarrollo profesional.  

 Asimilado este hecho, decide no firmar ningún contrato matrimonial sino, en el mejor de los casos, compartir su día a día con otra persona afín, sin obligaciones ni proyectos compartidos. Se asume que la relación puede ser temporal. 

Ello le lleva a no compartir su vida con nadie, a pesar de que pueda vivir en pareja. Los gastos se comparten pero cada parte es libre de hacer lo que más le conviene. Y si llega un día en que surgen dificultades o proyectos individuales, si te he visto no me acuerdo. Se empieza de nuevo en solitario o con otra persona. 

En las sociedades tecnológicamente más avanzadas, la necesidad de formar familias y de tener hijos ha pasado a la historia. Los hijos más que una bendición son una carga: condicionan nuestro tiempo libre, nos obligan reservar recursos económicos para su educación,... resultan ser una mochila muy pesada. Y cuando se hacen mayores, no son más que una fuente de conflictos familiares. No. No es un buen valor donde “invertir” nuestros recursos. Mejor optar por las escapadas del fin de semana y las vacaciones aseguradas. 

Además, estamos convencidos de que la biotecnología resolverá ese asunto para garantizar la supervivencia de la especie. De una especie sustentada en la tecnología para resolver su día a día. Por ello, no interesa la inmigración masiva de personas ancladas en tradiciones del pasado y menos aún si se sustentan en un proselitismo religioso que proclama el mal tecnológico y las bondades de la vida en familia. 

La biotecnología evolucionará hasta el punto de crear y mantener (es decir, comercializar) bancos de óvulos y esperma que en cualquier momento podrán ser bio-utilizados en incubadoras artificiales para así “crear” seres humanos a la carta y también “especialmente resistentes” a las enfermedades más comunes de la propia especie humana. Serán las futuras generaciones. Puede parecer un sueño pero es el camino hacia el que (voluntariamente) nos encaminamos. 

En ese momento, el hombre y la mujer no serán más que meros instrumentos creados artificialmente para desarrollar labores muy específicas y bajo un estricto control de “procreación”.


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