CAMBIHENARES
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03-04-17

La contaminación en las grandes ciudades va camino de abrir un nuevo frente político entre partidos y una nueva puerta de discriminación social. 

    En ausencia de un Plan Integral de Movilidad (PIM) toda medida anti-contaminante tomada a nivel local no surtirá el efecto deseado. Es cierto que reducir la contaminación del aire en las ciudades redunda en beneficios para la salud, pero no es menos cierto que limitar el ámbito de aplicación de cualquier medida a una almendra central no arregla el problema.

    Y esto es así, porque el aire contaminado es un agente atmosférico móvil que se desplaza con el viento o se dispersa y concentra en ausencia de viento. Si, por ejemplo, nos fijamos en la “boina” de contaminación de Madrid desde una posición elevada y distante, podremos apreciar que no sólo el centro de la capital sino toda la extensión metropolitana desde el sur hasta el norte, el este al oeste está afectado por dicha “boina” contaminante. Medir la contaminación en un punto concreto no significa que sea representativo de la contaminación general en la ciudad. 

   Y esto es así, porque la circulación periférica y anular de Madrid, a lo largo de sus vías y autovías, está continuadamente abierta a la circulación de turismos, furgones, autobuses y camiones de gran tonelaje. La mayoría son vehículos diésel y sus emisiones se dispersan en la atmósfera extendiendo la contaminación en un radio de 30km o más. 

    Fomentar el uso del vehículo eléctrico está bien, pero si los usuarios no disponen de suficientes puntos de recarga al alcance de la mano es una propuesta inútil. Como es inútil seguir vendiendo coches a los que se va a prohibir circular en cuestión de dos telediarios, porque los episodios de contaminación irán aumentando. Por no decir que aunque todos los coches fueran eléctricos, no habría sitio suficiente en las grandes ciudades y tendríamos que restringir igualmente la circulación a vehículos no contaminantes. Y podríamos acabar diciendo que, en al actual estado de las cosas y sin un PIM, muchos ciudadanos se verían obligados a dejar de circular en coche por no poder acceder a la compra de un coche eléctrico (más caro que cualquier modelo equivalente con motor de combustión). 

El coche eléctrico puede convertirse en un artículo de lujo, solo al alcance de los ciudadanos más “pudientes”, un elemento más de discriminación y exclusión social. ¿Es esto, acaso, lo que se busca?

    Podríamos preguntarnos de qué sirve comprarse ahora un coche nuevo, sea diésel o gasolina, si en 5 años no va a poder circular por el centro de las grandes ciudades. Y aunque circulemos con un coche eléctrico la contaminación no se verá reducida en los episodios atmosféricos desfavorables por cuanto la “nube” contaminante del extrarradio – generada por vehículos contaminantes - se irá desplazando a la zona centro y zonas próximas a las autovías.

   También podríamos preguntarnos porqué centramos la atención de la contaminación atmosférica en las grandes ciudades sobre los turismos particulares cuando los furgones, autobuses y los camiones son igualmente vehículos contaminantes que por razones de servicio público se les autoriza a circular por el centro y por las autovías que circundan la capital. Contaminan tanto o más que los turismos y son una fuente continua de emisiones a la atmósfera. 

    ¿Cómo se piensa regular el transporte nacional e internacional de mercancías por carretera para que sus emisiones contaminantes no afecten a las grandes ciudades? ¿Podrán las furgonetas en manos de autónomos circular o se verán obligados a comprar un vehículo eléctrico? Un taxista de Alcalá de Henares, con coche diésel, podrá entrar en Madrid para terminar su carrera? ¿Un taxista de Madrid que ha comprado coche nuevo diésel hace un año, ¿podrá circular mañana por Madrid? ¿alguien le compensará por los cambios diarios de política local? … En fin, un sin número de escenarios sin resolver por la ausencia de un Plan Integral de Movilidad. 

    En fin, cuando se empieza la casa por el tejado lo esperable es que se venga a bajo. Es imprescindible establecer un PIM que contemple todos los estadios y agentes involucrados en la contaminación ambiental de las ciudades para evitar que, como siempre, sea el usuario quien pague la ineptitud de nuestros gobernantes. Un Plan no sujeto a los intereses de los fabricantes de automóviles ni de las compañías eléctricas. 

Y así, entramos en lo que podríamos llamar la contaminación secundaria.

    Puede que un coche eléctrico no contamine por sí mismo tanto como uno de combustión, pero su funcionamiento sí que lo hace. Para cargar el coche, necesitamos energía. Esa energía se obtiene normalmente por medio de métodos que sí emiten CO2 y otras sustancias a la atmósfera. Por ejemplo: en un alto porcentaje, la producción de energía eléctrica depende del quemado de energías fósiles (gas, carbón y gasóleo). Así, una demanda masiva de energía para la recarga de los coches, aumentaría la necesidad de producción energética, lo que repercutiría en un aumento de emisiones industriales contaminantes.

    Pensemos también en el siguiente dato: de media, un coche eléctrico necesita unos 30kw para recorrer unos 160 kilómetros. Esa es la electricidad consumida por una persona en cuatro días. Por lo tanto, el uso del coche durante unas dos horas en un trayecto interurbano consumiría toda esa cantidad de energía, cuya producción sí que ha dado emisiones contaminantes a la atmósfera. 

Parece importante recordar esto ahora que Europa está trazando su estrategia energética para 2030: El coche eléctrico no tendrá nada de limpio si no lo es la electricidad con la que recargue sus baterías.

    Por último, un elemento importante es el de la oferta y la demanda. Supongamos que una gran mayoría de coches fueran eléctricos. Lo lógico sería que el precio del petróleo bajase sustancialmente, ante la ausencia de demanda y que el de la electricidad aumentase por el hecho contrario. Eso haría que resultase más económico para una persona utilizar un automóvil de combustión que uno eléctrico, lo que podría revertir la balanza del mercado y volver al uso de la tecnología antigua. Una suposición, por supuesto, pero acorde a la clásica regla de la oferta y la demanda.

    En definitiva, no todo es blanco o negro. Los coches eléctricos ofrecen muchas ventajas y su llegada es bienvenida. En cuanto a emisiones directas, seguramente no tienen rival, pues jamás un motor de combustión podrá llegar a esos niveles de emisiones, casi cero. Pero si no nos centramos en el coche en sí, sino en sus necesidades adyacentes, el mantra de 'cero emisiones' se convierte en insostenible.


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