CAMBIHENARES
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03-10-16

Una de las cosas que más le preocupa a la gente en una democracia es la economía. En Grecia, Portugal y España el 62% de los votantes dijeron que no querían austeridad; votaron por partidos anti-austeridad

Alemania y la Comisión Europea, sin embargo, dijeron lo siento, no tienen opción. Permitimos que los estados miembros voten, pero dejan de tener derecho a determinar su futuro. ¿Para qué sirve, entonces, votar? ¿No es la base de toda democracia? ¿Dónde queda la soberanía nacional si nos quitan el derecho a decidir? No es bueno para la democracia cuando la gente dice 'creía que éramos una democracia 'y se les responde 'no, nunca más en las cosas que importan porque abandonaste ese derecho al unirte al club europeo'.

En el plano doméstico, no podemos caer en la autocomplacencia de que “las cosas van bien”. Estancada la tasa de desempleo en el 20%, el desempleo juvenil en el 50%, una deuda pública galopante, un déficit público sin control y un agujero en la “caja” común de la Seguridad Social que compromete seriamente nuestra pensiones públicas ... No, las “cosas” no nos van bien dentro del euro. Al menos, para una amplia mayoría de la población.

 Cuando el sistema público de pensiones está claramente amenazado y los trabajos inestables, creados al amparo la Reforma Laboral, impiden a los jóvenes trabajadores acceder a una vivienda en propiedad. Sí, es malo para la economía no saber qué dirección va a tomar la política. La austeridad casi nunca ha funcionado. No es una sorpresa. El ahorro sin inversión sólo conduce al estancamiento.

Si Alemania hubiera seguido una política distinta podía haber hecho funcionar la Eurozona. Si ellos hubieran elevado el salario mínimo -que antes no tenían- habría ayudado a la base de su país a hacerlo mejor y se habría producido un ajuste que hubiera sido bueno para los alemanes, para los españoles y para el euro. Debería haber una norma que haga que un país con superávit emprenda esas acciones. Alemania, y cualquier otro país europeo con superavit, deberían estimular la economía de la zona euro, en lugar de regocijarse por el hecho de tener superávit, por el mero hecho de “ahorrar”.  

Es cierto que Europa no hizo todo lo que necesitaba hacer en 1992, pero ahora “toca” terminar el proyecto y tener rápido un seguro de depósitos común, eurobonos y una normativa que obligue a un país con superávit a estimular la economía de la eurozona, entre otras medidas.  Desafortunadamente, Alemania sigue encastillada diciendo que no somos una unión de transferencias, lo que significa que no quiere que esas instituciones europeas representen una comunidad entre los países europeos. No hay alternativa: o hacemos más Europa o menos Europa. Y hacer más Europa implica funcionar en comunidad. 

Alemania ya sabía que los países del sur de Europa no estábamos al nivel de los del centro y norte Europa. Que nuestra economía y tecnología no podían competir con la alemana, francesa o nórdica. Por ello, si el proyecto europeo no habilita un sistema de transferencias entre países miembros, el proyecto europeo se irá al traste y el euro, como moneda común, también. Todos saldremos perdiendo, sobretodo, el sentimiento de ser europeos.  Por ello, el proyecto europeo es mucho más importante que el euro. Esos vistosos trozos de papel están ya anticuados. La gente se solía quejar antes de lo difícil que era ir de un país a otro. Ahora, utilizamos la tarjeta de crédito y los pagos a través del teléfono móvil. Los bancos se encargan de toda la conversión entre monedas.  El euro, como moneda, era innecesario. Se creó en un momento en que la tecnología moderna facilitaba ya los intercambios monetarios sin necesidad de imprimir un anticuado “papel moneda”. Quizá, por ello, sea necesario dejar morir el euro para salvar el proyecto europeo, que es mucho más importante. 

Por otra parte, la clase política, aquellos que tenían el poder y la obligación de actuar como visionarios, como guías para el conjunto de la sociedad, han sido más conservadores y han permanecido en políticas propias de un centro-izquierda. De un centro-izquierda que aceptó como válido el neoliberalismo -modificado con protección social-, y confiaron en el mercado financiero y la liberalización del comercio como la mejor de sus opciones. Les ha llevado tiempo entender que no estaba funcionando y las nuevas generaciones, sin expectativas de un futuro cierto, se lo están recordando elección tras elección.



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