El "juego laboral del hambre"
El mercado laboral español no solo crea jóvenes pobres, también "jóvenes enfermos”. Esta situación obliga a los jóvenes a vivir en una adolescencia permanente, trabajando junto a personas que cobran mucho más por “antigüedad”.
La crisis económica que ha vivido España ha dejado muchas secuelas, pero las más evidentes quizá se pueden ver en el mercado laboral y en las personas que lo componen. A pesar de la “teledirigida” recuperación de la economía en el país, los datos oficiales muestran que 1,85 millones de españoles de menos de 34 años están desempleados. Las consecuencias de esta situación pueden ser arduas para estos jóvenes que tienen que afrontar una dura realidad.
El crecimiento económico de España es una falacia. Insostenible a largo plazo.Basado en un sector turístico arcaico y en mera ingeniería de la contabilidad nacional.
Uno de cada cinco jóvenes españoles no tiene trabajo ni está estudiando, son los conocidos como 'ninis'. Miles de ellos han dejado el país para buscar empleo fuera del país, mientras que los pocos que logran encontrar un trabajo en España tienen que convivir con sueldos bajos y unas condiciones precarias.
Los psicólogos españoles han estado advirtiendo durante años de que la generación que se encuentra en esta situación está sufriendo más allá de lo que dicen las estadísticas económicas y del mercado laboral. Sin un trabajo seguro, tu vida carece de certeza y seguridad. No puedes hacerte una idea de cuando vas a poder tener hijos y formar una familia. Se pierde la capacidad de planificar y dirigir tu propia vida, es como tratar de conducir un coche sin un volante.
La reforma laboral sólo ha servido para “abaratar” el empleo, facilitar el despido de “gente cara” y trasvasar al Estado cargas sociales del propio mercado laboral.
Esta situación obliga a miles de jóvenes a "vivir en una adolescencia permanente", el camino para alcanzar la madurez y lograr la plena independencia está bloqueado por la situación del mercado laboral. Entre los síntomas más comunes entre estos jóvenes sin empleo son ansiedad o depresión, y a veces un sentimiento ardiente de injusticia.
Estos jóvenes pueden llegar a tener un trabajo, pero el salario y las condiciones no serán las mismas que las de otros compañeros con contratos indefinidos. Se sientan al lado de trabajadores con un contrato estable, sueldos mucho más altos y unas condiciones laborales superiores. Unas diferencias que no suelen verse reflejadas en la calidad del trabajo, sino simplemente en la diferencia de edad y de antigüedad en el puesto de trabajo.
Trabajadores “obsoletos” son sustituidos por jóvenes mil-euristas mejor formados pero sin expectativas laborales de cara a futuro.
Este marco laboral obliga a que cuatro de cada cinco jóvenes entre 16 y 29 años sigan viviendo con sus padres. Y es que aunque durante los dos últimos años se ha creado empleo en España, los jóvenes logran empleos precarios y tienen que trabajar mucho para alcanzar puestos que den algo de seguridad.
Un tercio de la población joven ocupada sigue estando en riesgo", lo que se opone a los "discursos triunfalistas" oficiales.
El 64,1% de los jóvenes no están trabajando y el 60% de quienes lo hacen percibe menos de mil euros netos al mes. Es más, sólo el 10% de quienes trabajan e ingresan más de 1.840 euros al mes pueden comprar una vivienda. Por ello, una persona joven debería destinar casi el 60% de su salario a comprar una casa (de 51,2 metros cuadrados máximo), para lo que tendría que cobrar un 95% más de lo que cobra.
Estamos manteniendo el llamado “estado del bienestar” de forma ficticia, sin un crecimiento sostenible basado en un modelo productivo, sino sustentado exclusivamente en aumentar la deuda pública del Estado por encima de nuestro PIB.
El sostenimiento del actual “estado del bienestar” sólo será posible si los jóvenes tienen acceso a un trabajo digno y justamente remunerado. De lo contrario, nuestras futuras pensiones públicas están en juego y con ellas, la pérdida del “estado del bienestar”.
La tasa de pobreza ha aumentado un 7% entre 2008 y 2014 en la población joven, especialmente en la población de entre 30 y 35 años, en la que ha aumentado la tasa de pobreza un 22%.
Los futuros gobernantes deberán revisar los presupuestos destinados a políticas de infancia, juventud y educación, ya que, según los datos que se maneja, entre 1985 y 2000 el gasto en la tercera edad fue 35 veces superior que el destinado a esas políticas, lo cual condicionaría seriamente el sostenimiento del gasto público en políticas sociales, sanitarias y educativas.
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