La antigua y modélica República Romana del siglo IV a.C. terminó brutalmente en la dictadura del principado, fruto de la oligarquía senatorial que pugnó por acumular todo el poder y la riqueza del Imperio.
La historia antigua y también la más reciente ha tendido a resolver los procesos de desigualdad social a través de líderes surgidos de élites políticas o intelectuales, sustentados en el pueblo y sus necesidades, dispuestos a resolver tales carencias por vía revolucionaria.
En la antigua Roma, los proyectos de reforma surgidos de iniciativas populares y presentados ante la asamblea del pueblo, eran obstruidos mediante maniobras políticas, judiciales y “encargos” a bandas armadas, por parte de político-magistrados pertenecientes a los sectores más conservadores. Esta situación derivaba en enfrentamientos dialécticos, y en las calles, entre representantes y partidarios de una y otra tendencia. La radicalización de las posturas condujo a la violencia física, e incluso al asesinato.
“Si hubieran dejado en sus lugares aquello que no fueran metales preciosos habrían evitado la envidia, habrían hecho más ilustre a su propia patria, y la habrían adornado no con pinturas y bajorrelieves, sino con una conducta digna y noble” (Polibio, 9,10,12-13).
La corrupción de los valores cívicos había sido aprovechada como arma contra los adversarios políticos y confundida con un enfrentamiento entre corrientes ideológicas.
Catón el Viejo afirmaba que la constitución romana aventajaba a las de otros estados porque en ellos los grandes hombres eran meros individuos aislados y cada uno había constituido la República a su manera, con sus propias leyes e instituciones (...), mientras que la constitución romana era fruto del ingenio de muchos y no de una generación, sino que fue mudando a lo largo de los siglos y de las generaciones (Cicerón, Sobre la República, 2,1-2).
La oligarquía senatorial romana (nobilitas) utilizó todos los instrumentos políticos que el juego institucional permitía (clientelas, alianzas e influencia asamblearia) para dirigir los intereses del estado en convergencia con sus propios intereses particulares. El “viejo” senador aventajaba al resto de cargos políticos y administrativos en experiencia, logros, prestigio, y esto también se hacía extensible a todo el cuerpo senatorial.
De este modo, el Senado romano se presentaba ante la opinión pública como una corporación indivisible y cerrada que, gracias a su interesada cohesión y a la auctoritas de sus miembros más destacados, era la única capaz de adoptar decisiones “justas y equilibradas”.
La moda de los bandos entre los partidarios del pueblo y los del Senado se hicieron habituales en la Roma antigua, a raíz de la vida de ocio y la abundancia de bienes entre las clases nobles. Pues la nobleza empezó a poner al servicio de sus pasiones su grandeza y lo mismo hizo el pueblo con su libertad; buscaban solo su provecho individual, se llevaban a la fuerza lo que les venía bien, robaban. De este modo, ambos bandos trataban de apropiárselo todo, y la República, que estaba en medio, quedó hecha jirones.
“Todos los hombres pierden cuando mueren y todos los hombres mueren, pero un esclavo y un hombre libre no pierden lo mismo. Cuando un hombre libre muere, pierde el placer de la vida; el esclavo pierde su dolor. La muerte es la única libertad, el esclavo lo sabe.
Es por eso que no la teme” (Espartaco, film de S.Kubrick, 1960).
Con el paso de los siglos, los derechos populares fueron conculcados en aras a un sistema esclavista y clientelar. El llamado a la reconquista de la libertad se hizo patente con las reformas agrarias de los Graco y la secesión patricio-plebeya de Macer y Catilina en el siglo I a.C.
Con el tiempo, aquellos elegidos para defender los derechos del pueblo se volvieron en contra de ese mismo pueblo al que decían representar. Y todo por granjearse el favor de la nobleza por medio de recompensas o promesas, hasta el punto de considerar mejor delinquir a cambio de dinero que obrar honestamente.
“Los ladrones de bienes privados pasan su vida con grilletes y en la cárcel; los ladrones de bienes públicos la pasan entre riquezas y honores”. (Aulo Gelio, Noches áticas, 11, 18,18).
Aunque la ambición y competencia política de la oligarquía senatorial “hizo trizas” la república romana, no es menos cierto que la voluntad de la plebe romana fue voluble. Desaparecidos aquellos que fomentaron el retorno a los auténticos principios republicanos, el pueblo se acomodó fácilmente al nuevo régimen dictatorial y lo hizo conformándose con el “pan y circo” (léase, “todo público y gratis”) que condujo a la autodestrucción de ese mismo Imperio.
“Entre las otras naciones es difícil encontrar a un hombre de estado que
se haya mantenido alejado del dinero público y no haya cometido delito en tales asuntos (...)”
(Polibio, 6,56,13-15).