CAMBIHENARES
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26-03-18

“Las crisis globales relacionadas con el agua, desde las sequías en las granjas más productivas del mundo hasta los miles de millones de personas sin acceso a agua potable son la mayor amenaza a la que se enfrentará el planeta durante la próxima década”. Esta frase, recogida en la edición de 2015 del informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, se ha repetido hasta la saciedad en los últimos tiempos. El agua, que en Occidente consideramos como un bien garantizado, es un recurso natural estratégico cuya importancia será cada vez mayor a medida que pasen los años. De ahí que Estados y empresas se hayan embarcado en una guerra subterránea para controlar y sacar rédito económico a este recurso que en un 92% se destina a la producción agrícola.


España es uno de los países con más problemas de agua del mundo, como desveló un informe del World Resources Institute (WRI). Si sufrimos sequías recurrentes como en 2017, tendremos asegurado un conflicto entre comunidades autónomas. El problema, no obstante, no se resolvería importando agua de otros países (lo más cercano son las reservas del sur de Francia) sino buscando la colaboración entre regiones y recurriendo a alternativas como la desalinización, la utilización de aguas subterráneas (más caras), la limpieza de los ríos, que ha permitido recuperar un 10% del agua gris, y el reciclaje de aguas residuales. También es urgente una mayor eficiencia en los regadíos, centrándose en los más rentables como frutas o verduras, y menos en plantas forrajeras o trigo, que requieren mayores cantidades de agua.

El agua es un negocio seguro. Se obtiene generalmente con un bajo coste (lluvia, ríos, lagos) y se puede vender a alto precio a los consumidores

Tradicionalmente, el control del agua como vía de comunicación había sido de gran importancia estratégica. Ahora lo es como recurso, lo que en muchos casos obliga a las potencias a adquirir agua en el extranjero. Es lo que ocurre con países como China que tiene una gran deficiencia en cantidad y calidad de recursos hídricos, por lo que está comprando tierras cultivables en 20 países diferentes. En muchos casos, se trata de “agua virtual”, es decir, la que se utiliza de modo indirecto para la consecución de un bien: por ejemplo, cuando el país oriental adquiere soja a Brasil y Argentina.

“A medida que los países evolucionan, se consume más agua virtual”.

Algunos compradores habituales son grandes productores como Holanda, Arabia Saudí, Turquía o Reino Unido. España importa una gran cantidad de agua virtual en forma de cereales, pero la exporta en forma de ganado. En aquellos contextos donde la regulación de este recurso no sea suficientemente fuerte y en la que el objetivo común sea el interés general, se pueden producir abusos 

Además, podríamos calificar como “círculo maligno” la situación de países como Mali, que está en estrés hídrico desde hace tiempo pero emplea grandes cantidades de agua para regar terrenos cedidos a una multinacional donde se cultiva caña de azúcar para biodiésel que se lleva a Europa. En ocasiones son los propios Estados los que comercializan su agua a los países que se encuentran río abajo. Algunas de las multinacionales más contaminantes del planeta van a producir al Tercer Mundo y la población local no ve el más mínimo beneficio. Es lo que ocurre en las zonas limítrofes entre India y Pakistán o en el río Níger. En ese panorama los mayores beneficiados serán Canadá y Rusia, ya que son los que disponen de una mayor cantidad en forma de aguas heladas que cubren terrenos muy fértiles.

Aunque hay quien dice que nunca se ha producido una guerra por el agua, no hay que olvidar que nada descarta que en el futuro no las vaya a haber

Los conflictos generados por el control de este recurso son cada vez más frecuentes, y afectan a todo el planeta. Está ocurriendo en lugares como Oriente Próximo, por ejemplo, en el aprovechamiento de los ríos Tigris y Eúfrates por parte de Turquía, donde tienen su nacimiento, en perjuicio de Siria, donde como denuncia Acción contra el Hambre más de la mitad de la red del agua ha sido dañada o destruida. Un enfrentamiento en el que Irán es un país interesado en el control de dicho río por su gran deficiencia hídrica. El agua, en parte, se encuentra también tras el conflicto entre Israel y Palestina.

España, a pesar de la protección que le ofrece la Unión Europea (que probablemente tendrá que intervenir tarde o temprano para arbitrar entre los países miembros) se enfrentará a problemas puntuales los años de sequía y que pueden generar discusiones internas como el del trasvase del Tajo al Segura entre Murcia y Castilla-La Mancha si no se lleva a cabo una política de Estado. Colaboración o enfrentamiento parece ser la disyuntiva en la que los poderes públicos se verán en los próximos años.

Cada vez hay más grupos de capital riesgo que están intentando controlar el agua pensando que va a ser un recurso estratégico

En ese panorama, el agua se convierte en un bien valioso, una materia prima esencial tanto en la industria alimenticia como en la energética. De ahí que no solo los Estados velen por su posesión, sino también multinacionales y fondos de inversión. En 2008, un informe de Goldman Sachs lo denominó “el petróleo del siglo XXI”. En él recordaba que el consumo se doblaba cada 20 años y que en 2025, un tercio de la población global no tendría acceso al agua potable. Pocos años después se fundaba la Aqueduct Alliance, de la que formaban parte dicho banco, JP Morgan, General Electric, Shell o los gobiernos holandés y sueco, y cuyo objetivo era hacer frente común y compartir información estratégica.



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